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María Angélica Figueroa: "Con Amanda Labarca tenemos en común el amor a la universidad y a la enseñanza"

"Con Amanda Labarca tenemos en común el amor a la universidad"

A pocos días de recibir la condecoración que releva la figura de destacadas mujeres universitarias desde el año 1976, la profesora María Angélica Figueroa está en su oficina en la Facultad de Derecho. En ella, además de los libros de las estanterías y el ambiente acompañado de música clásica, se pueden ver los documentos preparados para el inicio de las clases de la asignatura de Historia del Derecho I que imparte a los estudiantes de primer año.

“Vengo de hacer dos clases y realmente las caras de sorpresa y de interés son la remuneración más gratificante que hay”, comenta respecto a la labor docente, a partir de la cual ha formado a diversas generaciones de abogados y abogadas.

Por decisión unánime, el jurado presidido por el Rector Ennio Vivaldi le otorgó esta condecoración, que recibirá el mediodía del viernes 10 de marzo en el Salón de Honor de la Casa Central de la U. de Chile, mismo lugar donde trabajó en el ordenamiento y catalogación del archivo jurídico de Andrés Bello y donde años más tarde ofició como Secretaria General y Directora Jurídica de la U. de Chile entre 1990 y 1993, proceso en el que participó en la reinserción de estudiantes, académicos y funcionarios tras el fin de la dictadura.

Su carrera académica la inició como ayudante de los académicos Alamiro de Avila y Martel y de Jaime Eyzaguirre Gutiérrez, en 1956, para luego, en 1968, convertirse en profesora. Fue el año 1987 cuando pasó a ser Profesora Titular.

¿Cómo se inicia su relación con esta disciplina?

La verdad es que a mí el Derecho no me fascinaba. Sabía poco sobre el Derecho y mi madre siempre decía que a ella le hubiera gustado estudiarlo. Desde tercer año en adelante descubrí que el Derecho era una posibilidad de luchar por ideales bastante importantes de una convivencia civilizada entre las personas, que superara la violencia, donde las mujeres somos las más perjudicadas con los sistemas de fuerza.

Ahí se me abrió la oportunidad con Jaime Eyzaguirre, un excelente profesor, muy generoso de aceptar a estudiantes de distintas posiciones. No tenía ninguna mujer en su equipo, y cuando me invitó descubrí que podía escribir, y que tenía la oportunidad de quedarme en la Facultad, así que ahí me “abuené” con el derecho y me he realizado plenamente porque he tenido la oportunidad de estudiar, cosa que me gusta mucho y darle sentido a mi vida enseñando.

¿Cómo fue ser mujer estudiante de Derecho?

No éramos tan pocas, éramos más de un tercio y teníamos bastante personalidad. De hecho, recuerdo que un profesor trató los delitos sexuales en una forma inapropiada y todas mis compañeras se pusieron de acuerdo y empezó la clase en continuidad de la anterior y volvió a hacer chistes. Estábamos sentadas en la parte central y estábamos de acuerdo de que nos íbamos a parar ruidosamente para ir al decanato a reclamar. Era un profesor bien importante de Derecho Penal.

Como profesora y luego como autoridad académica siempre ha estado preocupada por mejorar la formación profesional, ¿por qué ese sello?

Esa preocupación de mejorar la calidad de la educación acá en la Facultad tiene que ver con que creo que el derecho es importante para la sociedad. El año ‘66 con el decano Eugenio Velasco fui parte de la reforma porque tenía un cargo de jornada completa en la cátedra de Jaime Eyzaguirre, y después participé como paradocente. Fui elegida como consejera de la facultad y logramos establecer la reforma el año ‘72.

Quedé entonces vinculada a la reforma por los antireformistas, lo que significaba ser de izquierda. Yo la verdad es que no militaba en ningún partido y no tenía ninguna posición política sino una posición universitaria progresista; eso siempre lo tuve: reformar todo, revisar todo, replantearse cualquier cosa.

Cuando llegó aquí el decano designado Hugo Rosende, él cambió todo y reestableció la malla de 1932.

¿Por qué?

Porque era una malla manejable. No incluía clases activas y volvimos a la anualidad y al viejo sistema, y ese quedó hasta el año 2002. Si me preguntas por qué me involucré en la reforma de la Facultad, fue porque ésta estaba en los inicios del siglo XX el año 90, terminando el siglo XX.

Durante la dictadura también participó de los grupos de estudios de la reforma del Poder Judicial y luego en Reformas al Sistema Legal sobre los Derechos de la Mujer.

En esa etapa participé particularmente con las mujeres de los 24 y ahí hicimos el proyecto de mejoramiento de los derechos de las mujeres y también participé en el proyecto alternativo en materia procesal. Trabajamos mucho en grupo con el ex decano de Derecho, Mario Mosquera. Nos reuníamos en nuestro propio tiempo, en lugares especiales. Trabajamos muchos proyectos y al terminar la dictadura estaba la idea de que debía haber un ministerio de la mujer. Con Soledad Alvear en el SERNAM, que fue alumna mía, organicé la comisión de Derecho Civil, la coordiné y participé en ella y sacamos los proyectos para eliminar la calidad de hijos naturales y de hijos ilegítimos, y en el proyecto de reforma del sistema patrimonial del matrimonio, que se crearon los bienes familiares que benefician muchísimo a la mujer.

¿Qué siente respecto a que este premio que releva los aportes de la mujer universitaria de la mano de la figura de Amanda Labarca?

Estudiando a Amanda Labarca creo que tenemos algo en común: ella amó la universidad y la enseñanza y creyó que la enseñanza es un instrumento de progreso y creo que eso es muy importante. Ella entendió -igual como creo que yo lo entendí- el significado de la educación pública. La educación pública es un derecho y en ese sentido, construirla y mantenerla una vez construida, es una tarea noble e indispensable y las mujeres estamos dedicadas a esas cosas, las mujeres estamos convencidas que tenemos que hacer ese tipo de cosas, aun cuando no signifique un gran beneficio personal.

¿Cuál es el llamado que haría a las mujeres universitarias hoy día?

A realizar sus vocaciones cada una. Tengo muchas ayudantes y siempre trato de entender lo que ellas quieren más que convencerlas de algo y cada una tiene una vocación que tiene que cumplir. Uno no es feliz si no cumple con lo que quiere hacer en la vida. Que sean felices y que tengan un trabajo que las haga sentirse dignas y aportando algo.