Luis Cordero: La conjura de los necios

"En un ambiente así proliferan iniciativas personales que promueven determinadas acciones vestidas de beneficios públicos".

En "La conjura de los necios", el notable libro de John Kennedy Toole, hay personas a las cuales este mundo ya no les gusta como es, otras que viven sus proyectos de vida como sencillamente se les antoja, y otras tantas que conviven con una desesperanza que los abruma. Todos ellos poseen una capacidad infinita para criticar las conductas de los demás, apuntando lo incorrecto, pero omitiendo los beneficios que obtienen de la sociedad que se encargan ácidamente de enjuiciar.

Como en la novela de Toole, en nuestro país vivimos tiempos exóticos. Mientras la política —el medio para dar solución a los problemas públicos mediante la racionalidad— no genera hasta ahora ningún mecanismo que permita salir de la crisis en la que se encuentra, algunos destacados personajes públicos se encargan persistentemente de confirmar estas dificultades y siguen promoviendo la indignación pública.

La Presidenta de la República, por ejemplo, ha decidido desconocer el conflicto evidente entre ella y su coalición, de modo que para justificar su limitado cambio de gabinete ha señalado que su comité político "estaba funcionando extraordinariamente bien", degradando con eso la importancia de la eficacia del Gobierno. Por su parte, el ex Presidente Piñera señaló que, en el evento de ganar las próximas elecciones, cumplirá "el espíritu y texto de la ley" sobre conflictos de intereses, como si existiera una alternativa distinta, y confirmando por esa vía que él considera las objeciones que se formulan a sus actos como simples majaderías.

Mientras tanto, el resto de los asuntos que comprometen a la política se deciden por fiscales que ostentan, al parecer, una capacidad infinita de evaluar si las prácticas que se utilizaron en el pasado para el financiamiento de la política, aquellas que —con honestidad brutal— hicieron posible la transición, son éticamente correctas, más allá del reproche legal. Con verdaderos sesgos retrospectivos —saber el resultado final de algo nos permite modificar a nuestro antojo las causas de un hecho en el presente— hemos decidido enjuiciar a una generación política completa, ocupando fiscales y policías como si esto fuera Ciudad Gótica, una conducta que alimentó transversalmente la propia clase política desde hace algunos años.

No es difícil comprender que en un ambiente así proliferen iniciativas personales que promueven determinadas acciones vestidas de beneficios públicos, con un evidente narcisismo por sus ideas y proyectos. Provienen de aquellos que —como en "La conjura de los necios"— se creen mejores que otros, porque a sus ojos los demás son decadentes, inmorales y estúpidos, con un desprecio implícito por la deliberación democrática que exige un espacio social compartido.

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