"Desengaño de Chile" - Bernardino Bravo Lira

Chile es un pueblo afortunado. Tiene cinco siglos de historia. No es tan solo un país que puede exhibir volcanes, lagos y bellezas naturales, como los del África subsahariana. Es una nación luchadora que ha enfrentado toda clase de adversidades y ha salido adelante contra viento y marea. Esto lo comprenden mejor que nadie las madres de familia y, en general, las mujeres de trabajo. A diferencia de los figurones y figuronas que se dejan engatusar por la idea de rehacer el país desde arriba, conforme a las ideologías en boga o, lo que es peor, las recomendaciones de organismos internacionales manejados por las superpotencias. Actualmente, la intuición femenina palpa que sin duda estamos mejor, pero también más descontentos.

Es este un momento excepcional que incita a un pare, mire y escuche. Es decir, a pensar por sí mismos, a no vivir de encuestas y porcentajes ni agendas de gobierno o de oposición, ni menos de titulares o entrevistas de prensa. Hace falta un mínimo de espíritu crítico y de realismo, lo que en los tiempos heroicos de Ercilla y del Barroco, se entendía por desengaño. Todos sabemos que las apariencias engañan y nada se gana con el conformismo, los allanamientos en busca de presuntos culpables, seguidos de la negociación de qué delitos se penan y de cuáles se hace la vista gorda. Basta de denuncias y recriminaciones que alimentan el descontento. Ahora y siempre, lo que cuenta son las realizaciones, digamos al modo de Bello y de Portales, los terribles hombres de los hechos, que sabían lo que hay que hacer y hacerlo.

Esta semana ha sido pródiga en saludables desengaños. Primero, la ministra de las Culturas clausuró por cuatro años el Museo Histórico para renovar y potenciar el guion, es decir, centrarse en las realizaciones -que es lo grandioso- y, más bien, en las recriminaciones -que es lo más barato-. Desmintió así el aforismo agorero: el que dice las verdades, pierde las amistades.

Otro tanto hizo espectacularmente el Prof. Orellana Benado al conmemorar los 260 años de los estudios de Derecho en Chile, concretamente la ininterrumpida continuidad de las cátedras de prima de cánones y de leyes, inauguradas en 1758 bajo el Presidente Amat y Juniet, hasta el Presidente Piñera en su actual segundo período. Dentro de la serie de catedráticos, figuran, entre otros, arzobispos y presidentes, y últimamente historiadores de la talla de Jaime Eyzaguirre y romanistas como Alamiro de Ávila Martel.

También fue al grano el presidente de la Corte Suprema, cabeza de una judicatura tan antigua en Chile como la Presidencia, que se remonta a 1609. En el discurso inaugural del año judicial abordó sin ambages la relación entre el supremo tribunal y el Tribunal Constitucional, que al decir de su expresidente Juan Colombo, "una Constitución que no tiene proceso que la ampare, está destinada a morir; si se infringe, no hay nada que la proteja. La historia ha demostrado que si los conflictos no se resuelven por vía jurisdiccional, se autotutelan. De ahí vienen los golpes de Estado, las dictaduras y los enfrentamientos".

Pero tal vez el más clamoroso desengaño es el que por enésima vez abordaron en las columnas de "El Mercurio", los profesores Luis Riveros, recordado rector de la casi cuatro veces centenaria Universidad de Chile, y José Joaquín Brunner, incansable paladín de una educación secundaria de calidad, sea estatal o no estatal.

Una vez más, el rector Riveros hizo ver que las universidades, sin distinción -antigua como la de Chile, nuevas como la Católica de Chile, la de Concepción y las otras cinco que le siguen, o incluso las novísimas posteriores a 1982-, no pueden seguir aplastadas por la burocracia ministerial, y sus acreditaciones y formularios que, para mayor irrisión, se las fuerza a pagar a ellas mismas. Como lo advirtiera oportunamente el rector Riveros, por este camino, las universidades chilenas van, si no a un nuevo Transantiago, a lo que podría hoy llamarse un nuevo "caracazo".

Mientras eso sucede con el cultivo del saber en las universidades, el profesor Brunner no cesa en su cruzada por rescatar la educación primaria y secundaria de las fauces del Ministerio de Educación -cualquiera que sean los titulares de la cartera-. Si en los años 1960, el profesor Martínez Bonati denunció el estancamiento de la antes paradigmática Universidad de Chile, en los años 1970, el profesor e historiador Gonzalo Vial no pudo menos que comprobar lo que llamó brutal caída de la educación chilena, otrora paradigma hispanoamericana, como lo acreditan las célebres misiones educacionales a otros países del continente, inmortalizadas por un Premio Nobel como Gabriela Mistral. Y en 1981, Mario Góngora reconoció amargamente que "el nivel intelectual de las Universidades no subió un punto entre 1967 y 1973".

Estos dos últimos desengaños son muy sanos: terminan por hacer ver que en el Chile actual la educación y la investigación se baten como gato de espaldas, en gran parte debido a la acción de un ministerio que aplasta toda iniciativa con sus reglamentaciones y controles, que no educa ni deja educar, ni menos investiga ni deja investigar. Esta vez el desengaño es mayor, revela que hoy nuestro país, está por debajo del Chile que en su momento pintó Parra, como una gran plasta de curas, normalistas y militares que succionan por cañerías de cobre.

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