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Desacuerdos persistentes: ¿cómo superarlos sin coacción?

Diego Castro resaltó que los desacuerdos persistentes pueden resolverse mediante argumentos persuasivos en algunas ocasiones.Durante la actividad, participaron la Directora del Instituto de Argumentación, Constanza Ihnen, y el profesor Rodrigo Valenzuela.A propósito de la crisis política y social actual, el candidato a doctor en Filosofía por la Universidad de Groninga (Países Bajos), Diego Castro Amenábar, expuso sobre “Desacuerdos persistentes y argumentación”, en un seminario de discusión organizado por el Instituto de Argumentación de la Facultad de Derecho de la U. de Chile.

Los desacuerdos son un fenómeno frecuente en todas las esferas de nuestra vida pública y privada. Y si bien a veces podemos resolverlos mediante el intercambio de argumentos persuasivos, un número considerable de veces la argumentación no conduce a la resolución de nuestros desacuerdos. Los “desacuerdos persistentes” serían, en palabras de Diego Castro, desacuerdos que es poco probable que se resuelvan mediante argumentación persuasiva, incluso después de que las partes han hecho públicos todos sus argumentos. ¿Qué produce este tipo de desacuerdos? ¿Y cómo superarlos sin el uso de la coacción?

En su exposición realizada el pasado 17 de diciembre, Castro identificó tres posibles causas. Los desacuerdos persistente pueden producirse por un enfrentamiento entre proposiciones marco (framework propositions), es decir, proposiciones que son fundamentales para la estructura de las creencias de las partes (el desacuerdo persistente se trataría en este caso de un “desacuerdo profundo”, conforme lo definió Fogelin en 1985). El origen de un desacuerdo persistente también podría relacionarse con las capacidades o la voluntad de las partes de resolver el desacuerdo. Por ejemplo, cuando las partes desdeñan argumentos sólo por venir del bando contrario, o cuando desconfían de la sinceridad de la contraparte. Otra posible fuente de desacuerdos persistentes serían los contextos de discusión sub-óptimos. Un ejemplo sería la distribución desequilibrada de poder entre las partes, lo que a menudo dificulta la posibilidad de que los argumentos de la parte más débil sean debidamente considerados.

En cuanto a las estrategias discursivas para hacerles frente, el expositor recalcó que los desacuerdos persistentes pueden, aunque contadas veces, resolverse mediante argumentos persuasivos, y que en ese sentido, no hay que descartarlos de antemano. Es más, su sugerencia es que la argumentación persuasiva sea la primera estrategia discursiva a probar. Ello porque los argumentos persuasivos tienen la virtud de cumplir con dos objetivos simultáneamente – uno epistémico (alejarnos de la respuesta incorrecta) y uno social (lograr un acuerdo) (Jacobs, 2003) – mientras que otras estrategias discursivas tienden a sacrificar el objetivo epistémico por el social. Ahora bien, así como sugiere no renunciar de inmediato a la argumentación persuasiva, también recomienda no insistir en usar argumentación cuando ésta no parece estar llevándonos muy lejos, pues esta insistencia, como han señalado varios autores (Cohen, 2005; Paglieri, 2009; Paglieri & Castelfranchi, 2010), puede terminar escalando en lugar de resolviendo la disputa.

La actividad se realizó el pasado 17 de diciembre.

¿Qué otras estrategias discursivas están disponibles? El expositor mencionó tres: (i) la deliberación, un tipo de diálogo que, en lugar de iniciar con la confrontación de opiniones, comienza con un problema abierto que las partes buscan resolver colaborativamente; (ii) la negociación, una interacción dialógica que se origina en un conflicto de interés y una necesidad de cooperación, y donde el objetivo compartido es lograr una solución de compromiso; y, por último, (iii) la convención (“settlement”), una estrategia que incluiría mecanismos como el voto, arrojar una moneda al aire, el arbitraje y la mediación. Todas estas estrategias alternativas a la argumentación persuasiva serían métodos racionales de superación de conflictos, en la medida que no involucren manipulación ni coerción.

No hay duda de que el escenario político actual abunda en desacuerdos: respecto a la necesidad de una nueva constitución, respecto al tipo de convención constituyente más adecuado para su redacción, respecto al rol de los partidos políticos en el proceso constituyente y en la resolución de la crisis, entre otros. Si estos desacuerdos son persistentes o no, sólo el tiempo lo dirá. Sin embargo, hay indicios de que estos desacuerdos pudiesen devenir en persistentes, si tomamos como punto de partida las circunstancias que suelen darles origen. De ser así, lo expuesto por Diego Castro sugiere que, sin abandonar de antemano el camino de la argumentación, es fundamental estar abierto a otras estrategias discursivas para evitar la imposición ilegítima de unos discursos por sobre otros.

Referencias

  • Cohen, D. H. (2005). Arguments that Backfire. In D. Hitchcock (Ed.), The uses of argument: Proceedings of a conference at McMaster University (pp. 58–65).
  • Fogelin, R. (1985). The Logic of Deep Disagreements. Informal Logic, 7(1), 3-11.
  • Jacobs, S. (2003). Two Conceptions Of Openness In Argumentation Theory. F. H. van Eemeren, J. A. Blair, C. A. Willard & A. F. Snoeck Henkemans (Eds.), Proceedings of the Fifth Conference of the International Society for the Study of Argumentation, 553–556.
  • Paglieri, F. (2009). Ruinous Arguments : Escalation of disagreement and the dangers of arguing. In J. Ritola (Ed.), Argument Cultures: Proceedings of OSSA 09 (pp. 1–15).
  • Paglieri, F., & Castelfranchi, C. (2010). Why argue? Towards a cost-benefit analysis of argumentation. Argument and Computation, 1(1), 71–91.
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